jueves, 11 de agosto de 2011

Día tras día / Parte 2

Imposible de detener. Imposible parecía que, a pesar de todo, yo pudiera demostrar una leve sonrisa, leve, tan leve que causaba lástima. Sin embargo me esforzaba cada mañana por apartentar un bienestar inexistente, por ocultar que dentro de mi me derrumbaba, que dentro de mi mente me imaginaba vomitando mis entrañas por tanto dolor. Era frustrante, fastidioso, desgastante. Ahora no sé por cuanto tiempo trascurrió mi vida de esa forma, pero agradezco el día en que se detuvo, en que porfin desperté sin esa sensación de derrota. Ese día incluso podía decir que había renacido, que tenía una segunda oportunidad para poder amar, sentir, y olvidar el pasado innecesario y asqueroso que me seguía. Lo agradezco, pero a la vez maldigo lo que, en lugar de felicidad, atrajo a mi inocente y arruinada alma. No era felicidad eso que, creía, mejoraba mi ánimo. Esa mañana me sentía diferente, lo sé; sólo que interpreté de una manera erronea las señales que mi mente enviaba.
¿Qué sucedia en realidad? Aún no conozco la respuesta a esa pregunta. Sólo sé que poco a poco todo ante mis ojos se volvió carente de sentido. Mucho en mi vida dejó de tener el mismo sabor, melodía, incluso color; cosas necesarias que hacían de mi vida algo que valiera la pena. Fue por eso que siempre al despertar, un patético frasco de antidepresivos me esperaba sobre el buró, implorandome su consumo, para intentar mejorar algo en mi día, y a la vez burlandose en secreto de mi aparente desgracia, porque aunque ya no estuviese triste, tampoco me sentía feliz.
Por algun tiempo pareció que mi alma, corazón y conciencia hubieran perdido toda capacidad de sentir amor, dolor, tristeza, euforia, alegría; todos esos sentimientos que deben constituir al ser humano. Ahora era como una roca, dura, impenetrable. Realmente no era más fuerte, ni más valiente que antes, simplemente carecía de sensibilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario