Pasaban los días, cada vez más dolorosos, hasta que llegaron las marcas de odio, dejando a su paso un recuerdo, no de sangre, ni de dolor, sólo de duda, porque siempre existirá aquél '¿por qué?' cuya respuesta nunca conocí.
Llegó la despedida inevitable al igual que le dimos la bienvenida a un tormentoso periodo de angustia mental por la ausencia de esa vida acostumbrada a las constantes riñas sin sentido que experimentábamos a diario, pero que ya eran parte de nosotros. El llanto se hizo presente desde mucho antes de terminar, sin embargo se agravo más después de nuestra separación, pues al quitarme la venda de los ojos las lágrimas acumuladas fluyeron como una gran ola imposible de detener.