viernes, 12 de agosto de 2011

Luna roja, luna mía

Luna traicionera
de mi alma desgastada,
peleas contra la noche
por tu hermosura abandonada

Mientes a mis ojos
al decirles que son bellos,
al ser dulces tus mentiras
dulces son mis sueños

En la tranquila oscuridad
eres diosa de la soledad,
y en cada uno de mis huesos
se han marcado todos tus deseos

Ininterrumpida nuestra charla
que durante horas se realiza,
y al ponerse pálida mi alma
es tu canto seco el que la tranquiliza

Te alimentas del llanto
de un triste amor muerto,
pues el te da el encanto
que arrancamos de tu cuerpo

Tu venganza cruel
disfrazada de inocencia,
deja cicatrices en mi piel
cubiertas de demencia

Frágil locura momentanea
insípida fiebre provocada,
que ocurre al darte la bienvenida
para un día más,
satisfacer mi alma aún dormida.







jueves, 11 de agosto de 2011

Día tras día / Parte 2

Imposible de detener. Imposible parecía que, a pesar de todo, yo pudiera demostrar una leve sonrisa, leve, tan leve que causaba lástima. Sin embargo me esforzaba cada mañana por apartentar un bienestar inexistente, por ocultar que dentro de mi me derrumbaba, que dentro de mi mente me imaginaba vomitando mis entrañas por tanto dolor. Era frustrante, fastidioso, desgastante. Ahora no sé por cuanto tiempo trascurrió mi vida de esa forma, pero agradezco el día en que se detuvo, en que porfin desperté sin esa sensación de derrota. Ese día incluso podía decir que había renacido, que tenía una segunda oportunidad para poder amar, sentir, y olvidar el pasado innecesario y asqueroso que me seguía. Lo agradezco, pero a la vez maldigo lo que, en lugar de felicidad, atrajo a mi inocente y arruinada alma. No era felicidad eso que, creía, mejoraba mi ánimo. Esa mañana me sentía diferente, lo sé; sólo que interpreté de una manera erronea las señales que mi mente enviaba.
¿Qué sucedia en realidad? Aún no conozco la respuesta a esa pregunta. Sólo sé que poco a poco todo ante mis ojos se volvió carente de sentido. Mucho en mi vida dejó de tener el mismo sabor, melodía, incluso color; cosas necesarias que hacían de mi vida algo que valiera la pena. Fue por eso que siempre al despertar, un patético frasco de antidepresivos me esperaba sobre el buró, implorandome su consumo, para intentar mejorar algo en mi día, y a la vez burlandose en secreto de mi aparente desgracia, porque aunque ya no estuviese triste, tampoco me sentía feliz.
Por algun tiempo pareció que mi alma, corazón y conciencia hubieran perdido toda capacidad de sentir amor, dolor, tristeza, euforia, alegría; todos esos sentimientos que deben constituir al ser humano. Ahora era como una roca, dura, impenetrable. Realmente no era más fuerte, ni más valiente que antes, simplemente carecía de sensibilidad.